Fotografía: Agencia EFE


 

La iglesia Presbiteriana de San Andrés, situada al norte de Austin (Texas, EE.UU.), es el escondite de una guatemalteca indocumentada, Hilda Ramírez, que vive allí desde febrero del año pasado junto a su hijo con miedo a ser deportada a su país natal, de dónde huyó por la discriminación que sufren las mujeres indígenas como ella.

"Yo solo quiero tranquilidad para mí y para mi hijo", señala afligida en una entrevista con Efe la guatemalteca de 29 años, que recuerda que nunca se escondió de las autoridades migratorias al llegar a Estados Unidos en 2014 y que explicó su caso para obtener asilo, una declaración que acabó con su detención por parte de la Agencia de Inmigración y Control de Aduanas estadounidense (ICE).

Según relata, los agentes migratorios no creyeron su historia de violencia en Guatemala y la ingresaron en el centro de detención de Karnes County, uno de los dos centros familiares de inmigración en Texas, con una fianza de 10.000 dólares para salir, una cantidad de dinero que Hilda no disponía.

Así empezó el periplo estadounidense de Hilda y su hijo Iván, de 10 años de edad, que llegaron a Estados Unidos tras cruzar el Río Grande, frontera natural con México, en un bote inflable con otras diez personas tras pagar a un "coyote" para llegar vivos al destino final.

De este modo, después de pasar once meses en el centro de detención en Texas, fueron liberados con la condición de que Hilda llevara un grillete en el tobillo para controlar todos sus movimientos.

Un centro de refugio local para personas sin techo fue la salvación de ambos durante los siguientes siete meses, hasta que, a principios de 2016, la petición del estatus de inmigrante especial juvenil (SIJS, en sus siglas en inglés) de su hijo fue negada y tuvieron lugar numerosas redadas contra los indocumentados en la zona de Austin.

Asustada por una posible deportación, contactó con Grasroots Leadership, una organización local que asesora a personas de este colectivo, que le recomendó que se escondiera con su hijo en la iglesia de St. Andrews, un "santuario" dónde los agentes de inmigración tienen prohibido entrar.

Como política, ICE generalmente no arresta a los inmigrantes en lugares de culto y otros lugares "sensibles", como escuelas y hospitales.

Según un memorando publicado en 2011, las detenciones o búsquedas solo se permiten en lugares "sensibles" si hay "necesidad inmediata de medidas coercitivas", como un delincuente peligroso dado a la fuga.

Así, desde el 9 de febrero de 2016, esta iglesia Presbiteriana es el hogar de la pareja de guatemaltecos, que recibieron una grata noticia hace cuatro meses: su orden de deportación había sido temporalmente bloqueada.

No obstante, con la inesperada victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos el 8 de noviembre, poco después de conocer la buena nueva, el temor a ser devuelta a Guatemala regresó a Hilda, quién sigue asustada por su futuro y el de su hijo.

La tranquilidad para ellos reside dentro de esta iglesia tejana, cuya comunidad ha dado la oportunidad a Iván de centrarse en sus dos grandes pasiones: estudiar y jugar al fútbol.

El niño, que nunca asistió a escuela en su país natal, disfruta ahora aprendiendo a leer, escribir y entender el español y el inglés, además de estar tomando clases de arte, matemáticas y ciencias naturales en una escuela cercana al templo.

Además, Iván, que llegó a la entrevista con un balón de fútbol entre sus manos, entrena y juega tres días a la semana en un equipo local y sueña con llegar algún día al nivel de dominio del balón que tiene su ídolo, Cristiano Ronaldo, futbolista del Real Madrid.

Hilda está contenta de que su hijo esté feliz y aprendiendo "a pasos agigantados", según una de las colaboradoras de la parroquia, y espera poder brindar a Iván un futuro mejor en el históricamente conocido como "país de las oportunidades".